Hace poco más de dos mil años, en el siglo
primero de nuestra era, el maestro de retórica latina Quintiliano formulaba el
deseo que “el estudio sea para el niño un juego”, (UNESCO, p.19). Sin embargo, durante mucho tiempo
esta propuesta enfrentó la resistencia de maestros y padres que pensaban que
los niños deberían ocuparse en cosas “más serias”.
La UNESCO, en su documento El niño y el
juego, señala que “todos los niños del mundo juegan, y esta actividad es tan
preponderante en su existencia que se diría que es la razón de ser de la
infancia. El juego es vital; condiciona un desarrollo armonioso del cuerpo, de
la inteligencia y de la afectividad. El
niño que no juega es un niño enfermo, de cuerpo y de espíritu”, (UNESCO, p .i)
Pero, ¿es posible jugar para aprender? Para
la psicóloga infantil Aitana Farré , “el juego es el recurso educativo por
excelencia para aprender en la infancia ya que juega un papel fundamental en el
desarrollo de habilidades piscomotoras, cognitivas y socioemocionales… ayuda a
que los niños se diviertan, motiven e involucren en el proceso de aprendizaje…
los más pequeños requerirán el juego simbólico y sensorial, mientras que los
niños mayores requerirán juegos más estructurados y con mayores reglas”.
Con respecto a lo anterior la educadora
Jéssica González Salgado destaca que en preescolar, “la parte sensorial es
fundamental para estimular: aprietan amasan, pintan… Hay que permitirles que se
ensucien. Lo disfrutan y es parte esencial de su desarrollo neurológico”. Por lo que toca a los jóvenes, la también
educadora Verónica Villa apunta que “se involucran con los retos, no solo para
vivirlos sino para construirlos y desarrollar su creatividad”. Y la UNESCO
señala que “los juegos pueden proporcionar a la práctica pedagógica, mucho más
allá de la escuela de párvulos, un medio de estimular la creatividad, y la
psicología moderna ha puesto de relieve la influencia de los comportamientos y
de los objetos Iúdicos sobre el desarrollo de la personalidad”, (Unesco, i)
“El juego –abunda Farré–, es una forma de
actividad que les va a permitir la expresión de su energía, la necesidad de
movimiento, de comunicación, de resolución de problemas; los va a ayudar a
desarrollar la creatividad, a poner en práctica su imaginación y, con todo
esto, poder adquirir formas complejas que van a propiciar el desarrollo de
competencias. En el juego, van a variar no solo la complejidad y el sentido,
sino también la forma de participación en la que se llevan a cabo, que van
desde la individual, donde los procesos de atención y concentración son
básicos, así como el lenguaje interno del niño con el propio niño, los juegos
en pareja, donde se ponen en práctica habilidades de negociación y mediación y,
los juegos colectivos donde es necesario llegar a acuerdos y poner en práctica
habilidades de colaboración”.
En cuanto a la función educativa del juego,
la UNESCO nos dice que “mediante el juego se transmiten tecnologías o
conocimientos prácticos, y aun conocimientos en general. Sin los primeros conocimientos
debidos al juego, el niño no podría aprender nada en la escuela; se encontraría
irremediablemente separado del entorno natural y del entorno social. Jugando,
el niño se inicia en los comportamientos del adulto, en el papel que tendrá que
desempeñar más tarde; desarrolla sus aptitudes físicas, verbales, intelectuales
y su capacidad para la comunicación”,
(UNESCO, p.14).
También el juego favorece otras habilidades
cognitivas. “Diversas teorías –dice Farré–, consideran que durante el
desarrollo de juegos complejos, las habilidades mentales de las niñas y los
niños se encuentran en un nivel comparable al de otras actividades de
aprendizaje: uso del lenguaje, atención, imaginación, concentración, control de
impulsos, curiosidad, estrategias para la solución de problemas, cooperación,
empatía y participación grupal.
A las anteriores, González Salgado agrega
la habilidad de ‘desarrollo del pensamiento divergente’, que consiste en poder
ver algo desde diferentes puntos de vista. La educadora considera importante
trabajarla desde pequeños a través de juegos donde tienen que negociar, tener
reglas, crear, modificar y reconstruir retos. Resalta que el juego ofrece
además la oportunidad para fracasar; para aprender que se puede perder y
hacerlo mejor la siguiente vez.
Según Farré , “el juego contribuye al
desarrollo de habilidades socioemocionales por medio del placer que
experimentan al jugar y los sentimientos que se generan con ello. Al vincularse
con otros, entienden que los demás tienen necesidades y opiniones distintas, lo
que provoca que tengan que negociar y adaptarse mientras desarrollan la empatía
y trabajan la frustración”.
Así las cosas, la próxima vez que al salir
de la escuela pregunten a su hijo ¿qué hiciste hoy? y responda lacónicamente: “jugar”, pueden estar
tranquilos y convencidos de que seguramente algo aprendió y que su desarrollo
cognitivo marcha por el camino correcto.
Por supuesto, el juego no debe quedar
restringido al ámbito escolar. El juego en casa fortalece los vínculos afectivos,
transmite valores, favorece la comunicación, fomenta la interacción social y
potencia los aprendizajes. ¡A jugar se ha dicho!
Fuentes
UNESCO. El niño y el juego Planteamientos
teóricos y aplicaciones pedagógicas. Estudios y documentos de educación No. 34.
París, 1980, 75 pp. http://unesdoc.unesco.org/images/0013/001340/134047so.pdf
Educación XXI. Aprender Jugando.
http://mx.unoi.com/2015/06/01/aprender-jugando/
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